Por: María Ruth Mosquera

La realidad de los sueños artísticos de William Dangond Baquero no resultó como él la había visionado, pues se le atravesaron otros quehaceres que lo distanciaron de las tarimas. Fue su hijo Silvestre Dangond Corrales, quien cumplió en carne propia los anhelos de su padre de una forma exacerbada.

 Desde su corazón de padre, ‘El Palomo’ ha sufrido cada dificultad que ha tenido su hijo como artista: “Por eso le pido a la gente, al fanático y al no fanático, que lo valore que es un artista que tiene talento y a los artistas buenos hay que valorarlos”.

 “El Palomo está loco” empezaron a decir en Urumita, cuando lo vieron llegar tan contento aquel diciembre, llevando un disco que ponía a sonar en cuanta grabadora o equipo encontraba; fuera en casas o en carros, él se ideaba la forma de reproducirlo. “¡Escuchen a mi hijo!”, decía en voz alta, con el pecho a reventar de júbilo”. “¡Mi hijo va a ser como Carlos Vives!”, insistía, mientras tarareaba la canción que ya se había aprendido de tanto repetirla: “Aguas que son el maná, el nido que yo buscaba, la rosa del Perijá, la rosa de la Nevada”.

Hoy suspira al evocar aquel tiempo: “Yo fui feliz cuando escuche a mi hijo”.

 Para ese entonces, su hijo Silvestre Francisco Dangond Corrales alcanzaba los quince años y había grabado una canción en un proyecto musical con otros niños, bajo la dirección del reconocido productor y corista del vallenato Julio Morillo.

Era un sueño realizado para el orgulloso papá, William José Dangond Baquero, bautizado por el locutor Rafael Xiques Montes como ‘El Palomo’, debido a la blancura de su indumentaria una noche en Barranquilla. Él, se había dado a la tarea de inculcarle a su primogénito el arte que le ardía en las entrañas y que por devenires de la vida había tenido que relegar a un segundo plano: “Cuando había parranda me lo llevaba, de pelaito, y lo ponía a cantar; ¡Cante!, le decía; a él le daba como pena, pero cantaba. El nació con eso”, narra.

 Esta versión la confirma en público Silvestre Dangond como un certificado infalible de sus raíces musicales: “Desde chiquitico mi papá me llevaba a las parradas, a festivales y yo miraba, y lo que menos me imaginé en la vida fue que Silvestre Dangond fuera a ser parte de la historia musical hoy en día de usted”, le dijo en una tarima a ‘Poncho’ Zuleta, como testimonio de gratitud por cantar con él, mientras se preguntaba: “¿Mis hijos que irán a decir cuando vean esto más grandes”.

 Por eso ‘El Palomo’ llegó tan contento a Urumita. Quienes conocían su historia, que recordaban las imágenes de aquel hombre alegre empujando al niño a cantar en las parrandas, entendieron esa alegría como resultado de la transmutación de un anhelo, de esos que sueñan los padres y se realizan en los hijos. Y él siempre quiso ser artista, por deseo y por genética. “Yo soy de los Baquero del Plan de la Sierra Montaña, de ‘La vieja Sara’. El viejo Emiliano Zuleta era primo de mi mamá, que es Baquero Cabello; a ella la criaron el casa de Gustavo Gutiérrez Cabello (reconocido poeta cantor del vallenato). Entonces yo vengo ‘cruzao’: traigo el Dangond en la pinta, y el Baquero por dentro. El tipo mío es europeo, pero la esencia es Caribe, de pueblo, y uno no puede cambiar sus raíces. A mí me encanta ser como yo soy”.

 Dicho esto, alza sorpresivamente su voz y entona un canto que resume esa ancestralidad artística: “Pero las cosas de Moralito, eso no tiene comparación, ahora quiere que Emilianito viva en la calle tomando ron”, para luego explicar: “Por eso es que yo canto vallenato”. William José nació en Urumita, en un entorno de bohemia y fue arrullado por los cantos y acordeones de grandes de la época; estudió tres grados del bachillerato en Villanueva, cuna de acordeones, y lo terminó en Bucaramanga, en el colegio Cristo Rey, donde tenía como compañeros a Octavio Daza, Freddy Molina y Jorge Oñate, quien más tarde se convertiría en padrino de Silvestre Francisco, cuyo nombre es un homenaje a su abuelo Silvestre Francisco ‘El Mono’ Dangond Daza (padre de ‘El Palomo’).

 

De los cantos al algodón

 

Era un universo musical en donde resultó lógico que a sus 18 años dejara brotar todo ese raudal de música que le invadía las venas. “Uno se rebuscaba era en las parrandas; cantaba con el acordeonero Colacho Mendoza, duré como dos años con Alberto Pacheco; nos íbamos de aquí a Barranquilla, nos bajábamos en los hoteles de mala muerte y llamábamos a los ganaderos para que nos contrataran pa’ ganarnos la platica. De ahí cogíamos pa’ Cartagena, Montería, Sincelejo y durábamos en esa correría como dos meses, porque en los tiempos de antes era pura parranda. La primera canción la grabé en el año 1974 en Barranquilla en unos estudios que eran como un avión y si se equivocaba alguien había que repetir todo”. Y otra vez alza su canto para evocar aquella canción de Daniel Celedón llamada ‘El Caminante’. Vinieron más grabaciones con Andrés ‘El Turco’ Gil; un total de seis discos de 45 revoluciones por minuto y un long play.

 Pero esa vida no era bien vista por su familia, que lo visualizaba en otros oficios más estables y rentables. Fue así como a los 25 años, halado por la fuerza e influencia filial, cambió los escenarios por un cultivo de algodón que demandaba su atención, aunque su corazón seguía cantando.

 El tiempo se encargó de probar que la agricultura no era lo suyo: “Fracasé en las fincas y volví otra vez a parrandear y a tocar”. Era feliz en la música, pero sus circunstancias de tiempo, modo y lugar le exigían recursos para sustentar a una familia. “Nosotros fuimos personas que pasamos mucho trabajo porque fuimos muy humildes, por eso es que uno no puede cambiar de vida, tiene que ser la misma persona, no puede cambiar la humildad”, dice hoy al evocar las cuitas del pasado.

 Una mudanza a Bogotá marcó un ‘antes y después’ para los Dangond Corrales, ‘El Palomo’ con su esposa Dellys Corrales Rojas y sus dos hijos Silvestre y Carlos Iván, ‘Cayito’. Aunque no fueron fáciles las cosas para ellos, lograron escribir una nueva historia repleta de experiencias como la incursión de ‘El Palomo’ en la actuación. “Yo no pegué en la televisión porque no era bueno para los parlamentos, pero a mí para casting me escogían siempre. Yo filmaba las propagadas par los mundiales y filmé uno para las páginas amarillas. Yo tuve muchas virtudes para ser lo que soy hoy en día, por ejemplo la música. Si a mí no me hubieran sacado de la música, el viaje de Silvestre es el viaje mío”.

 De esa época en Bogotá quedaron anécdotas emblemáticas que dan cuenta de una transición de progreso y también de momentos coyunturales para la familia, como el fugaz paso de Silvestre Dangond por la Universidad Católica, donde lo inscribieron para que se convirtiera en un ingeniero civil. Con esfuerzos reunieron los recursos y lo matricularon, pero el muchacho sólo asistió quince días a clases porque concluyó que eso no era lo suyo.

 Hubo llanto y lamentos: “Hijo, yo con tanto sacrificio que ahorré esa matrícula, ¿cómo vas a hacer eso conmigo? Pero él decía no papá, eso no es lo mío. Y no volvió más a la universidad. Perdí la plata; fui para que me devolvieran la plata, pero no me la devolvieron”, recuerda este padre, que entonces vio cómo la carrera musical de su hijo empezó a tomar forma en la capital del país y entendió todos los giros que la vida misma se iba encargando de dar.

 Allá tuvo lugar la consolidación de todo. ‘El Palomo’, se empleó en el Icetex; después de unos años pasó al Instituto Colombiano Agropecuario –ICA-, de donde sigue siendo funcionario. Los hijos definieron su vida musical y cada uno a su modo sigue escribiendo su historia, también con incursiones en televisión como conductor de realitys, en el caso de Silvestre, o como protagonista, en el caso de ‘Cayito’.

 

Papá feliz

 

‘Genio y figura’, expresan muchas personas al ver a Silvestre Dangond en tarima, pues dicen que refleja un legado motriz, que su expresión corporal es el cumplimiento del adagio popular ‘hijo de tigre sale pintao’, porque los bailes y gestos siguen el mismo patrón de su padre. “Yo siempre he sido así. Eso se hereda, porque la gente no puede decir que yo imito a Silvestre porque yo fui primero, yo bailaba primero que él. Nosotros nos parecemos mucho en la genética, en la forma de ser, en lo espiritual y también chocamos a veces porque somos muy parecidos”, responde Dangond Baquero cuando se le pregunta: ¿Qué tanto de ‘El Palomo’ hay en Silvestre?

 El Silvestrismo, como se denomina al movimiento mundial de seguidores de Silvestre Dangond, está ya acostumbrado a ver al artista en el escenario cantando y haciendo coreografías con sus hijos, Luis José, Silvestre José y José Silvestre (cuyos nombres son también homenajes: (el mayor, a Luis Alonso y José Alberto, grandes amigos del artista, y los dos menores como la continuación de los honores a la parentela), lo cual a ‘El Palomo’ le genera una sensación de Déjá vu porque lo remite una experiencia vivida en el pasado, protagonizada por él y Silvestre, cuando lo llevaba a las parrandas y se ganaba la censura de algunas personas que no les hacía gracia que un niño estuviera en un ambiente semejante. “Eso que hace Silvestre con sus hijos es una vaina parecida a lo que yo hacía con él”, dice.

 

William, "El Palomo" con sus hijos: Silvestre y Carlos Iván, "Cayito"

En esta historia es fácil descubrir quién es el seguidor número uno de Silvestre Dangond, pues en cierta forma está realizando, con su arte, el sueño de su padre, al tiempo que evidencia los resultados de la herencia ancestral, pero sobre todo de los refuerzos que durante su infancia se encargó de hacer ‘El Palomo’. “Mira que lo que yo no hice o ha hecho Silvestre y yo reconozco que el viaje de Silvestre es el viaje mío”, dice satisfecho y reflexiona: “Yo pienso que los triunfos de los hijos son regocijo para sus padres. Eso es fruto mío; en los dos, porque ‘Cayito’ también canta muy bien. Yo soy muy orgulloso de mis dos hijos. Yo fui un cantante frustrado porque me sacaron de la música a la edad de 23 años, aunque ni tan frustrado porque estoy grabando y voy a pegar con el favor de Dios”.

 

Redes sociales y regreso a las grabaciones

 

William José Dangond Baquero es un hombre extrovertido, que le gusta cantar y bailar, que lo “sacan de quicio las motos en la calle y el bochinche”, que descubrió el encanto de las redes sociales y las usa con la destreza de un quinceañero contemporáneo. “Yo tengo mis redes sociales, eso me ha entusiasmado mucho porque subo un vídeo y me ven 20 - 30 mil personas, eso me ha entusiasmado. La gente me lo dice y Silvestre mi hijo también me dice: “Papi, tú eres único, tú cantas muy bien, tus caídas son únicas, nadie canta como tú y me han dado ánimo”.

 Ese ánimo lo impulsó para, a sus 65 años, cuarenta después de su último disco, entrar de nuevo a los estudios para grabar una producción musical que planea presentar al público en abril próximo, en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata. Se trata de un compacto con seis canciones, de las cuales ya ha grabado dos. “Ya tengo dos grabadas con el acordeonero Rolando Ochoa; ahorita voy a grabar una de Gustavo Calderón (compositor) y tengo pensado grabar dos canciones con mis hijos, porque el Cd se llama ‘El regreso de ‘El Palomo’ y sus hijos’.

 Al cierre de esta conversación, ‘El Palomo’, se pone en pie y entona un canto grabado por su hijo: “De un concurso que se forme buscando mujer perfecta, yo voy a que gana Fonseca, hombre, si presentando a Carmen Gómez. Y tiene porte de una gran dama y una elegancia muy distinguida, sacó los ojos de España y la nobleza latina”; estrofa que cierra con “Se las dejo ahí”, que remite a Diomedes Díaz, faro musical de los Dangond.

 

 

Por: María Ruth Mosquera